La llamaron la Flor de Occidente y también El Jadra, la verde. Y es que Túnez es en gran parte un país vegetal y florido con una costa norte muy apreciada como región de vacaciones. Con más de treinta siglos de historia, testigo del paso de fenicios, romanos, bizantinos, judíos y europeos, hogar de bereberes, Túnez es hoy un refugio donde recuperar la paz rodeado de palmeras, olivos y alminares, arrastrado por un embrujo indefinible fruto de la tradición, la historia, la belleza del paisaje, y el variado mosaico de una geografía que ofrece al viajero un abanico de opciones capaces de colmar los gustos más diversos.
Asomando hacia el Mediterráneo oriental, entre dos gigantes como Argelia y Libia, Túnez es para muchos occidentales la primera puerta del Islam. La puerta de entrada a este mundo atávico que a la vez nos inquieta y nos fascina. Su situación geográfica, próxima a las influencias de Europa, y su peculiar desarrollo histórico han convertido a Túnez en uno de los países más occidentalizados del mundo árabe. El choque cultural que los países musulmanes suelen producir se atenúa en esta tierra gracias a la tolerancia de la que sus habitantes han hecho gala a lo largo de su historia. Quizá por haber sido obligados a asimilar los designios que imponían los pueblos que se afincaron en su territorio: fenicios, romanos, vándalos, bizantinos, árabes, andaluces, otomanos o franceses, o quizá por haber sido desde siempre un pueblo poroso a las nuevas costumbres, los tunecinos de hoy aglutinan en su carácter y su fisonomía rasgos pertenecientes a todos sus moradores. Por todo ello, Túnez representa una buena introducción para aquel que no haya visitado nunca un país musulmán.
Ifriquiya, así lo llamaron los árabes hasta mediados del siglo pasado, es una tierra que despierta y agudiza los sentidos. En su suelo florecen naranjos y limoneros, almendros y granados, que contrastan con la mancha verdioscura de los olivares, el rojo de la buganvilla y el amarillo de las mimosas. Túnez deja en la boca el regusto dulzón de los dátiles, estampa la retina del viajero con el pigmento del blanco de sus construcciones y el azul del Mediterráneo generoso que baña su litoral, y su aire lleva impregnado un intenso aroma a jazmines.
La ambigüedad de la capital
Un buen punto de partida para este recorrido iniciático es la capital, que constituye ciertamente una mezcla entre lo antiguo y lo moderno; entre Oriente y Occidente. Las estrechas callejuelas de la medina árabe, con su hormigueo de comerciantes y artesanos, contrastan abiertamente con los amplios y asépticos bulevares de la "ville nouvelle", que construyeron los franceses, durante el protectorado al que sometieron al país durante casi ochenta años, que culminó en 1957 con la subida del primer presidente de la república, Aviv Bourguiba. Alminares y celosías indican la cercana presencia de la medina misteriosa, que deja entrever un laberinto de callejas. La principal es la Yemma Ez Zaytuna, donde se alza la mezquita que le ha dado nombre: el mayor y más grande santuario de Túnez, competidor en el medievo con los santuarios de El Cairo y Fez. Y tras visitar la mezquita, el zoco, mezcla de olores y sabores, un estallido de color. Tapices y alfombras, sedas y repujados forman un mundo abigarrado que culmina en el Suk Attarine, el zoco de los perfumistas, con una orgía de olores a agua de rosas y esencia de azahar, especias, plantas aromáticas... Pero es quizás el Museo Nacional de El Bardo el hito cultural cuya visita sea más inexcusable. Situado al oeste de la medina, en un barrio exterior, es el museo más importante del país y el segundo del Norte de África, después del Museo de El Cairo. En él destaca especialmente la impresionante colección de mosaicos romanos, aunque no faltan otros objetos artísticos del pasado cartaginés, romano e islámico.
Un buen punto de partida para este recorrido iniciático es la capital, que constituye ciertamente una mezcla entre lo antiguo y lo moderno; entre Oriente y Occidente. Las estrechas callejuelas de la medina árabe, con su hormigueo de comerciantes y artesanos, contrastan abiertamente con los amplios y asépticos bulevares de la "ville nouvelle", que construyeron los franceses, durante el protectorado al que sometieron al país durante casi ochenta años, que culminó en 1957 con la subida del primer presidente de la república, Aviv Bourguiba. Alminares y celosías indican la cercana presencia de la medina misteriosa, que deja entrever un laberinto de callejas. La principal es la Yemma Ez Zaytuna, donde se alza la mezquita que le ha dado nombre: el mayor y más grande santuario de Túnez, competidor en el medievo con los santuarios de El Cairo y Fez. Y tras visitar la mezquita, el zoco, mezcla de olores y sabores, un estallido de color. Tapices y alfombras, sedas y repujados forman un mundo abigarrado que culmina en el Suk Attarine, el zoco de los perfumistas, con una orgía de olores a agua de rosas y esencia de azahar, especias, plantas aromáticas... Pero es quizás el Museo Nacional de El Bardo el hito cultural cuya visita sea más inexcusable. Situado al oeste de la medina, en un barrio exterior, es el museo más importante del país y el segundo del Norte de África, después del Museo de El Cairo. En él destaca especialmente la impresionante colección de mosaicos romanos, aunque no faltan otros objetos artísticos del pasado cartaginés, romano e islámico.
Los barrios residenciales: Cartago y Sidi Bou Said
Pero para ver las primeras huellas del pasado de Túnez será necesario desplazarse hasta el otro lado del lago, no lejos de la capital. Allí, rodeada por un gran barrio residencial, con hoteles, tiendas y zonas verdes, se encuentra la vieja Cartago, una ciudad cuya historia y renombre superan con creces los restos que de ella perduran. Fundada en el 814 a. de C. por los fenicios procedentes de Tiro, gracias a su poderío marítimo, se convirtió en poco tiempo en el puerto hegemónico del Mediterráneo occidental. Hasta que entró en conflicto directo con los romanos, quienes la destruyeron en el año 146 a. de C. tras haberla hecho arder durante 17 días enteros... En Cartago recorremos los restos del templo de Tanit, las termas de Antonino, el santuario de Escualapio, la necrópolis o los puertos púnicos. De la antigua Salambô casi ya no queda nada, y hoy son el anfiateatro romano y las termas, comparables en su tiempo a las de Carcalla aunque actualmente con un deficiente grado de conservación, los restos que más llaman la atención.
Junto al enorme complejo arqueológico se levante, en lo alto de un risco y dominando la bahía, la pequeña población de Sidi Bou Said. Mediterránea por excelencia, con sus casas de bellísimos enrejados, pintados del mismo azul que sus puertas y ventanas, en contraste con el blanco de sus paredes encaladas y el verde de su vegetación, Sidi Bou Said ha llamado la atención de artistas y escritores que han fijado allí su residencia. Invita a perderse por sus calles (no limitarse a la calle principal, la de compras, con todos los objetos típicos de Túnez y las famosas jaulas de Sidi Bou Said; es recomendable también subir al faro púnico y al pequeño cementerio de la parte de arriba. Y por supuesto, vale la pena sentarse en alguno de los agradables cafés, degustar el típico té con piñones, y contemplar desde allí el lento deambular de la gente...
Pero para ver las primeras huellas del pasado de Túnez será necesario desplazarse hasta el otro lado del lago, no lejos de la capital. Allí, rodeada por un gran barrio residencial, con hoteles, tiendas y zonas verdes, se encuentra la vieja Cartago, una ciudad cuya historia y renombre superan con creces los restos que de ella perduran. Fundada en el 814 a. de C. por los fenicios procedentes de Tiro, gracias a su poderío marítimo, se convirtió en poco tiempo en el puerto hegemónico del Mediterráneo occidental. Hasta que entró en conflicto directo con los romanos, quienes la destruyeron en el año 146 a. de C. tras haberla hecho arder durante 17 días enteros... En Cartago recorremos los restos del templo de Tanit, las termas de Antonino, el santuario de Escualapio, la necrópolis o los puertos púnicos. De la antigua Salambô casi ya no queda nada, y hoy son el anfiateatro romano y las termas, comparables en su tiempo a las de Carcalla aunque actualmente con un deficiente grado de conservación, los restos que más llaman la atención.
Junto al enorme complejo arqueológico se levante, en lo alto de un risco y dominando la bahía, la pequeña población de Sidi Bou Said. Mediterránea por excelencia, con sus casas de bellísimos enrejados, pintados del mismo azul que sus puertas y ventanas, en contraste con el blanco de sus paredes encaladas y el verde de su vegetación, Sidi Bou Said ha llamado la atención de artistas y escritores que han fijado allí su residencia. Invita a perderse por sus calles (no limitarse a la calle principal, la de compras, con todos los objetos típicos de Túnez y las famosas jaulas de Sidi Bou Said; es recomendable también subir al faro púnico y al pequeño cementerio de la parte de arriba. Y por supuesto, vale la pena sentarse en alguno de los agradables cafés, degustar el típico té con piñones, y contemplar desde allí el lento deambular de la gente...
El exotismo de Hammammet
En el polo opuesto a la tranquilia Sidi Bou Said se sitúa Hammamet, que fue mucho antes de Sousse, de Monastir y hasta de la propia isla de Djerba, el primer enclave turístico tunecino, ubicado sobre una de las playas más largas del país. Situado en el golfo del mismo nombre, este antiguo pueblo de pescadores es hoy una preciosa villa veraniega repleta de cipreses, naranjos, adelfos y hoteles, que ha sabido conservar el encanto que le dieron sus primeros pobladores extranjeros llegados en busca de exotismo en los años 30: italianos, ingleses, algún americano, y especialmente un rumano, Georges Sebastián, cuya bella casa es hoy Centro Cultural Internacional. A pesar de su espectacular crecimiento aún conserva una ciudad vieja con una kasbah muy restaurada, construida entre los siglos XV y XVI. Cerca de Hammammet hay que visistar Nabeul- la necrópolis romana- y su preciosa cerámica; y Kelibia, con su vino, son otros dos atractivos de la península del cabo Bon.
La ciudad santa de Kairouam
Prosiguiendo la ruta hacia el sur, en medio de la llanura, se alza la ciudad sagrada de Kairouam, lugar elegido por Uqba Ben Nafi, emir y conquistador llegado de Oriente para establecer su «qayrawan» (caravana), su campamento militar. Fue allá por el año 670 y aquel campamento se convirtió por obra y gracia de un sueño en una poderosa ciudad, cabeza del reino que surgió de sus conquistas. Así, en medio de la estepa se levantaron los primeros edificios de esta ciudad santa del Islam, y su mezquita, que le ha permitido salvaguardar las más puras esencias coránicas. Es imprescindible visitar la sala de los rezos, con su selva de "columnas" en mármol y pórfido, procedentes de monumentos romanos y bizantinos, y que según la leyenda su número es imposible de precisar sin quedarse ciego; y también su alminar del siglo VII, que además de llamar a los fieles a la oración servía de torre de vigía y dominaba toda la estepa circundante. Y tras la visita a la mezquita hay que adentrarse en la medina a pie, a través de la puerta de Bab ech Chuada y detenerse en el zoco de las alfombras, donde sobre las 13 horas se celebran a diario, excepto viernes y domingos, las subastas de alfombras y tapices.
La costa oriental: lujo, relax... y golf
Sousse, uno de los principales enclaves vacacionales del país, es la salida al mar de Kairouam. Fundada por los fenicios nueve siglos antes de Cristo, la ciudad vio los sueños y glorias de Aníbal, conoció el paso de los romanos, fue destruida por los árabes en el siglo VII a. de C. y reconstruida por los aglabíes en el siglo XI. De esta época son sus magníficas murallas, la kashba y el ribat, uno de los más antiguos de África. La privilegiada situación de Sousse y sus extensas playas, han favorecido la afluencia de visitantes y la creación del complejo turístico de Port el Kantaouie, un centro turístico de lujo, elegante y exclusivo, en el que se dan citas yates de las más diversas procedencias. Desde el mismo centro de Sousse, junto al puerto, sale un tren que en poco más de media hora llega a uno de los destinos de playa de moda, Monastir, gracias a sus hermosas playas, junto a monumentos entre los que destaca el ribat, que fue la primera fortaleza que utilizaron los árabes en todo el litoral tunecino. Además, para los amantes del golf la costa oriental dispone algunos de los del mejores campos de Túnez, como el del hotel Vincci El Kantaouie, el Kantaoui Golf Club, el Abou Nawas Diar el Andalous, el Asdrúbal Thalassa & Spa Port El Kantaoui o el Melia El Mouradi Palace Melia, en Port El Kantaouie; el Miramar Golf de Sousse; el Golf Club Hotel Houda, el Kuriat Palace, el Abou Nawas Monastir & Sunrise y el Amir Palace, en Monastir; y el Miramar Golf de Sousse.
Dicen la tradición y los eruditos que la palabra, de origen líbico-beréber, significa algo así como «el lugar donde se reposa gratamente en compañía». Este recorrido permitirá al lector comprobar el motivo por el cuál desde tiempos remotos se otorgó a esta región norteafricana el nombre de la que actualmente es portadora.
GUÍA PRÁCTICA
Entrar: Pasaporte con 6 meses de validez.
Moverse: El transporte público es un tanto deficiente. Sin embargo existe la fórmula de los taxis compartidos, y la opción de usarlos de forma exclusiva por un precio superior aunque también bastante económico.
Religión: 99% de la población profesa el islamismo sunnita. Hay pequeños grupos católicos y judíos.
Idioma: Árabe (oficial), francés y berebere. Uso frecuente del francés, el ingles, el alemán, el italiano y algo de español.
Principales ciudades: Túnez Capital, Sfax, Sousse, Kairouan, Gabes, Bizerta.
Clima: Mediterráneo. Suave en invierno y caluroso en verano. La estación ideal para visitarlo es la primavera.
Moneda: Un Dinar tunecino es equivalente a 0.62459 Euro
Diferencia horaria respecto a España: De noviembre a marzo, y de mayo a septiembre la misma que en España (Península y Baleares); una hora menos durante los meses de abril y octubre.
Régimen político: República; sistema pluralista; régimen presidencial.
Superficie: 163.610 Km2
Publicado: Naútica & Golf (Grupo EyF, Prensa Económica Valenciana)
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