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jueves, 8 de mayo de 2008

CHIPRE: EL SECRETO DE AFRODITA


Urano, el cielo, se unió a Gea, la tierra. Cronos, uno de los hijos del mítico matrimonio, castró a su padre y arrojó los genitales al mar. El divino semen se convirtió en espuma, y de ella, frente a la costa de Chipre, nació Afrodita, la diosa del amor. Así lo cuenta Herodoto en su Teogonía y así lo creerá el visitante que desee añadir un encanto más al embrujo de esta isla mediterránea a la que la persuasión turística ha dado en llamar la isla de Afrodita o, lo que es lo mismo, la isla del amor.

Refulgentes luces y tenebrosas sombras iluminan y oscurecen los perfiles de Chipre, tercera isla en extensión del Mediterráneo, desde la noche de los tiempos hasta nuestros días. En sus aguas transparentes, en su tierra, descansan 10.000 años de atormentada historia y un inabarcable legado de mitología y leyenda que acompaña al viajero durante toda su estancia. Santa Elena, San Pablo, Lázaro y Bernabé pasaron por aquí; Ricardo Corazón de León contrajo matrimonio en este lugar con Berengaria de Navarra, y Shakespeare logró en él la inspiración para crear Otelo. Templarios, caballeros de San Juan, griegos, romanos y musulmanes, entre otros pobladores, han ido dejando tras de sí ruinas de ciudades antiguas, templos romanos o basílicas cristianas. Aquí nació Afrodita, diosa del amor y de la belleza, en un lugar costero cercano a Pafos, en el sur de la isla, llamado Petra tou Romiou. Kouklia, a poca distancia de allí, fue en la antigüedad Palea Paphos, uno de los enclaves más importantes del culto a Afrodita, que Homero y Virgilio evocaron. Hoy no quedan más que algunas columnas, medallones, bloques de piedra y varios modestos tesoros expuestos en el museo adyacente. Cuenta la leyenda que Afrodita emergió del mar, no obstante prefería bañarse en agua dulce. Lo hacía, precisamente, cerca del cabo de Akamas, a escasos kilómetros de Polis. Allí, rodeada de vegetación, fluye una pequeña cascada, que otorga, según el mito, la belleza eterna.

La puesta en escena para este paisaje salpicado de superstición e historia, de mito y realidad, es perfecta: una isla mediterránea inundada de sol, un mar glauco y transparente arropando altares y templos de dioses derrotados, el exotismo punzante de los minaretes de mezquita entre oasis de palmeras, o el oscuro misterio de los iconos en iglesias encaladas y robustos monasterios. El mestizaje de los siglos tiene aquí un perfume salvaje: cimientos de ciudades antiquísimas, ruinas clásicas, pueblos abismados entre olivos y viñedos, barcas de colores humildes con el botín reciente arrancado del mar. Pero también orillas trepidantes de neones, playas hirvientes, noches vertiginosas, el brillo del dinero y un bienestar ganado a pulso a pesar de la trágica condición de país dividido.

Una convivencia traumática
La complicada situación política de Chipre se manifiesta cruelmente en la partición de la isla en dos territorios que conforman estados independientes ferozmente enfrentados (la autoproclamada República Turca de Chipre del Norte, poblada por habitantes de origen turco; y la República de Chipre, habitada por griegos), además de zonas administradas por la ONU o Gran Bretaña. Esta escisión forma parte de la esencia de la isla, e incluso el visitante poco o nada interesado en política no podrá por menos que asombrarse en cuanto, al llegar al final de una calle de Lefkosía (antigua Nicosia) o sorteando un melonar polvoriento por una carretera perdida, surja ante sus ojos la rotundidad de la alambrada oxidada que consagra la separación del país y arranca de cuajo la pretendida dulzura de las rosas del amor de la diosa más bella.
Dos puntos a anotar: Lefkosía, capital de la isla y de los dos Estados, el Berlín del Mediterráneo, donde la desmembración es más visible. Las murallas venecianas, que forman un círculo perfecto, encierran el casco viejo, por el que serpentea la línea divisoria, aquí llamada línea verde. En Lefkosía son de visita obligada, al menos, las siguientes paradas: el museo de Chipre, el palacio arzobispal, la iglesia de San Juan Evangelista y el barrio de Laiki Yitonia, un minúsculo grupo de callejas de arquitectura pintoresca plagadas de restaurantes. El segundo punto a destacar en la zona tampón es Pyla, pueblecito de unos 1000 habitantes, único punto de la isla en el que coexisten pacíficamente griegos y turcos, y un lugar idóneo para degustar buen pescado.
De las dos zonas en conflicto es el territorio bajo el que se encuadra la República de Chipre, el Sur, el que ha sufrido mayor expansión, convirtiéndose hoy en día en un centro económico de primer orden perteneciente a la CEE desde 2004. El Chipre griego es un lugar para estar, para recorrer, o para ambas cosas. Los amantes del arte, de la arqueología, o simplemente de los paisajes hermosos, no tendrán ocasión de aburrirse. El mejor consejo es alquilar un coche, comprarse una buena guía y programar excursiones de un día.

Descubriendo el Sur
Al Sur, encuadrados en zona griega, se encuentran los principales focos turísticos de Chipre, sin contar su capital, Lefkosía, y los múltiples templos repartidos por toda la isla. A 40 kilómetros de Ayia Napa, uno de los antiguos monasterios ortodoxos más pintorescos de la ribera babilónica, está Lárnaka, cuyo lago salado se evapora en verano pero se puebla en invierno por miles de flamencos, y donde es recomendable visitar la iglesia de San Lázaro, el castillo museo y el viejo barrio turco. Lárnaka es también un importante centro de vacaciones reclamado por sus numerosas playas y por su imponente infraestructura turística.
Muy cerca de allí existen algunos lugares de gran interés arqueológico, como la antigua ciudad griega de Amatus, el castillo de Kolossi (de los caballeros de San Juan de Jerulalén) y las impresionantes ruinas de Kourion, con una vista sobre el mar única y un teatro romano que todavía acoge representaciones al aire libre.
A pocos kilómetros de allí, se encuentra Limassol, capital de facto de Chipre muy a pesar de Lefkosía, ya que toda la movida de la isla se concentra en torno a esta ciudad alargada, alegre y confiada, tierra de buenos vinos y refugio de turistas y vividores.

Bellos mosaicos
La mayor concentración de monumentos de la isla se concentra en torno a la ciudad de Pafos, antigua capital romana de Chipre, que sorprenderá al viajero con mucho más que algo de sol y mar. En sus proximidades se encuentran los más bellos mosaicos de todo el Mediterráneo oriental, descubiertos hace un cuarto de siglo y que ilustran imágenes de dioses como Poseidón, Zeus o Apolo; escenas de caza y guerra; toros y pavos reales, frutos y flores.
Muy cerca están las llamadas Tumbas de los Reyes, sepulturas rupestres excavadas en la roca, con pilastras dóricas, construidas entre los siglos III antes de Cristo y III después de Cristo, y que fueron utilizadas por los cristianos para escapar de las persecuciones.
Para terminar esta ruta por las cercanías de Pafos, nada mejor que reconfortarse con un baño en las aguas donde nació Afrodita, en Petra Tu Romiu, a escasos kilómetros de la ciudad.

Esquiar sobre el Olimpo
Cerca de la costa surge un Chipre muy distinto al que raramente acuden los turistas. El desnivel es muy brusco y las carreteras son mediocres, pero la recompensa es enorme. Aquí, en lo que se llama Troodos sobrevivió la cultura griega y ortodoxa durante las diversas ocupaciones. Hay docenas de monasterios que albergan en su interior multitud de pinturas, en donde la vida religiosa continúa inmutable desde hace más de 1000 años.
A 38 kilómetros de Limassol, Platres se configura como la capital de esta zona montañosa y es el punto más aconsejable para realizar distintas excursiones. Cerca de Palekhori hay que ver el monasterio de Makheras. En la comarca de Pitsilia hay tres de las iglesias más interesantes: Panaia tou Araka, Stavros tou Ayiasmati y Panayia Kourdhali. Pero la más impresionante es sin duda la de Asinou, aunque su acceso es muy complicado.
Para concluir este viaje de mar, historia y leyenda, nada más excitante que hacerlo desde su pico más alto, el Olimpo, desde donde parecen amansarse las diferencias de sus habitantes y las lágrimas de Afrodita podrían no estar destiladas por el dolor. Se puede subir fácilmente hasta esta cima de nombre evocador (que no hay que confundir con el de Grecia) por senderos bien indicados. Cuando nieva, todo está preparado para esquiar, y en primavera, sus vertientes se llenan de flores, como algunas raras orquídeas que sólo se encuentran en esta parte del Mediterráneo, y que son, quizá, otro de los tantos secretos que esconde su diosa, protectora y omnipresente en la isla del amor.

GUÍA
Llegar: No hay vuelos directos desde España hasta Chipre. La mejor forma de llegar es vía Atenas con Olympic Airways, por unos 450 euros.
Entrar: DNI o pasaporte con 6 meses de validez.
Moverse: El transporte público es un tanto deficiente. Sin embargo existe la fórmula de los taxis compartidos, que permite cruzar la isla por unos seis euros.
Marcha: Aunque algunas ciudades como Lefkosía, Limassol o Lárnaca tienen bastante actividad nocturna, la que se ha ganado la fama a pulso es Ayía Napa, al sureste de la isla.
Idioma: Griego e inglés, turco, en la zona turca.
Sanidad: Los servicios sanitarios son buenos pero es recomendable un seguro de viaje.
Clima: Mediterráneo. Veranos muy calurosos e inviernos fríos y lluviosos.
Moneda: La libra de Chipre consta de 100 céntimos. Los bancos del país cambian las principales monedas en dinero en metálico o en cheques de viaje. La mayoría de los lugares del norte aceptan libras de Chipre y otras grandes monedas, aunque la moneda utilizada es la lira turca.
Diferencia horaria: Una hora más que en España.
Electricidad: 220 V.

Publicado: Naútica & Golf (Grupo EyF, Prensa Económica Valenciana)

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