La información oficial de las partes en conflicto es siempre beligerante en períodos de crisis, por ello no resulta fácil para los periodistas obtener información objetiva. Este problema condiciona hasta límites insospechados la labor periodística y facilita la creación de otra gran batalla de la que la verdad es la primera víctima: la de la independencia informativa de los grandes medios internacionales o la de su sumisión ante todo tipo de trabas.
Pero cada guerra tiene sus peculiaridades y en este sentido no se puede generalizar, porque precisamente es éste uno de los conflictos más singulares en el campo de la comunicación: se trata de la primera vez que se ha integrado a los periodistas en unidades de combate. Constituye el mayor despliegue informativo bélico desde 1945; más de 500 periodistas se encuentran en el frente, dentro de las diferentes unidades.
Resulta evidente que esta medida no va encaminada a hacer más transparente el conflicto sino que posiblemente nos hallemos ante un instrumento de contrapropaganda; los profesionales estarían protegidos y al mismo tiempo los militares se aseguran el control total sobre el material emitido.
Otra de las víctimas de esta guerra ha sido la empresa a la que se dedican los periodistas independientes, aquellos que no integran las fuerzas invasoras o las del ejército que resiste. De hecho varias organizaciones internacionales reclamaron ante Naciones Unidas con el fin de que se respetara la labor de estos profesionales, pero de momento esta llamada ha sido inútil.
Parece, por tanto, que la distorsión se está consolidando como una de las armas más poderosas; quizá sea ésta la llamada "bomba inteligente" y no aquellas que aún no han sido empleadas. Lo cierto es que en todos los conflictos los ejércitos apelan a la desinformación y al engaño para debilitar a sus enemigos, porque mentir está dentro de lo esperado cuando el objetivo es eliminar al adversario. Sin embargo, las cadenas noticiosas, que se pretenden objetivas, tienen la obligación de ser críticas con las versiones que reciben, especialmente porque saben que pueden ser objeto de engaño premeditado.
Este aspecto propagandístico suele ir acompañado en toda ocasión por otro de los grandes enemigos de la verdad: la censura. En este caso la censura se encuentra organizada en dos frentes opuestos: el Pentágono ha tejido una censura militar cuya eficacia radica en la distribución de periodistas en las distintas unidades de combate; y en Bagdad existe una censura oficial bastante debilitada por la turbulenta situación de los últimos tiempos.
En cualquier caso, la mayor afectada por esta guerra de propaganda y contrainformación es, sin duda alguna, la opinión pública, en la que pretenden influir mediante imágenes interesadas o parciales. Esta clase de espionaje propio de todo conflicto fomenta la distorsión de la verdad, cuando no la asesina directamente. Si el periodismo es reflejo de la realidad, en esta ocasión, como en tantas otras, probablemente se haya confundido la lente. Que ésta sea cóncava o convexa depende finalmente de la emisora que se escuche, el diario que se consulte o el canal que se pulse.
Pero cada guerra tiene sus peculiaridades y en este sentido no se puede generalizar, porque precisamente es éste uno de los conflictos más singulares en el campo de la comunicación: se trata de la primera vez que se ha integrado a los periodistas en unidades de combate. Constituye el mayor despliegue informativo bélico desde 1945; más de 500 periodistas se encuentran en el frente, dentro de las diferentes unidades.
Resulta evidente que esta medida no va encaminada a hacer más transparente el conflicto sino que posiblemente nos hallemos ante un instrumento de contrapropaganda; los profesionales estarían protegidos y al mismo tiempo los militares se aseguran el control total sobre el material emitido.
Otra de las víctimas de esta guerra ha sido la empresa a la que se dedican los periodistas independientes, aquellos que no integran las fuerzas invasoras o las del ejército que resiste. De hecho varias organizaciones internacionales reclamaron ante Naciones Unidas con el fin de que se respetara la labor de estos profesionales, pero de momento esta llamada ha sido inútil.
Parece, por tanto, que la distorsión se está consolidando como una de las armas más poderosas; quizá sea ésta la llamada "bomba inteligente" y no aquellas que aún no han sido empleadas. Lo cierto es que en todos los conflictos los ejércitos apelan a la desinformación y al engaño para debilitar a sus enemigos, porque mentir está dentro de lo esperado cuando el objetivo es eliminar al adversario. Sin embargo, las cadenas noticiosas, que se pretenden objetivas, tienen la obligación de ser críticas con las versiones que reciben, especialmente porque saben que pueden ser objeto de engaño premeditado.
Este aspecto propagandístico suele ir acompañado en toda ocasión por otro de los grandes enemigos de la verdad: la censura. En este caso la censura se encuentra organizada en dos frentes opuestos: el Pentágono ha tejido una censura militar cuya eficacia radica en la distribución de periodistas en las distintas unidades de combate; y en Bagdad existe una censura oficial bastante debilitada por la turbulenta situación de los últimos tiempos.
En cualquier caso, la mayor afectada por esta guerra de propaganda y contrainformación es, sin duda alguna, la opinión pública, en la que pretenden influir mediante imágenes interesadas o parciales. Esta clase de espionaje propio de todo conflicto fomenta la distorsión de la verdad, cuando no la asesina directamente. Si el periodismo es reflejo de la realidad, en esta ocasión, como en tantas otras, probablemente se haya confundido la lente. Que ésta sea cóncava o convexa depende finalmente de la emisora que se escuche, el diario que se consulte o el canal que se pulse.
Abril 2003
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