Dirección: Peter Webber.
Nacionalidad: Reino Unido.Año: 2003.
Duración: 95 min.
Interpretación: Colin Firth (Johannes Vermeer), Scarlett Johansson (Griet), Tom Wilkinson (Van Ruijven), Judy Parfitt (Maria Thins), Cillian Murphy (Pieter), Essie Davis (Catharina), Joanna Scanlan (Tanneke), Alakina Mann (Cornelia), David Morrissey (Van Leeuwenhoek), Anna Popplewell (Maertge).
Guión: Olivia Hetreed; basado en la novela de Tracy Chevalier.
Producción: Andy Paterson y Anand Tucker.Música: Alexandre Desplat.
Fotografía: Eduardo Serra.Montaje: Kate Evans.Diseño de producción: Ben van Os.Vestuario: Dien van Straalen.
Estreno en España: 20 Febrero 2004.
Recordaba Carlos Fuentes que "inventar un lenguaje es decir todo lo que la historia ha callado". En este sentido puede decirse que Peter Webber ha elaborado su propio lenguaje a partir de todo lo no dicho en una eterna historia de silencios, susurros, complicidades y ausencias. Como si de un precioso cuadro se tratara la paleta novel de Webber ha conformado una magistral historia a base de sutiles pinceladas de buen cine, representadas con la pasión contenida que sólo los genios saben dejar traslucir, sobre un lienzo de deseos imposibles que consigue simultáneamente plasmar con sensibilidad los sentimientos de sus protagonistas, y conformar un fiel retrato costumbrista de la Holanda del siglo XVII.
"La joven de la perla", film con el que debuta en la pantalla grande este director británico de probado reconocimiento como documentalista, contiene en su trama todas las texturas y matices necesarios para poder configurarse como una joya del séptimo arte: una criada, un artista, una pasión artística, un ensueño de clases y responsabilidades, una sociedad que ha dejado el sentido religioso del arte, y una burguesía que anhela las pinturas en las paredes, donde el artista debía encontrar un mecenas que le sustentara. Ingredientes que surgen inicialmente de la mirada curiosa de la escritora de éxito Tracy Chevalier ante una de las indudables obras maestras del pintor holandés Johannes Vermeer, "La joven de la perla", que esconde bajo la capa de pintura misterios que aún no han sido resueltos: ¿quién era la modelo? ¿se trata realmente de un retrato? ¿conoció el pintor a su musa? ¿por qué hasta 1882 nadie supo nada de esta pieza? Mil y una preguntas sin respuesta que no hacen más que enriquecer la belleza de todo misterio.
Tanto la película como la novela pretenden crear una ficción alejada de cualquier pretensión historicista que sugiera, sin mostrar completamente, el desenlace a algunos de estos secretos que el maestro Veermer se llevó consigo. Así, el film va desnudándose lentamente ante los ojos de un espectador embelesado ante el plasticismo que destilan las imágenes, luminosas y pictóricas, que van desgranando en cada gesto la profundidad de los lazos que asirán para siempre al artista (Colin Firth) con su inspiración (Scarlett Johansson). Imbuido por este clima pausado y etéreo, la emotividad se va despertando dando paso a una aguda percepción que no perdona ni un detalle, un roce, un susurro, un objeto donde se pose ese halo de novedad que envuelve la cinta; el cuerpo y el alma se van acostumbrando a ese encantamiento que produce la contemplación de una buena pintura, a su luz, su encuadre, su perspectiva; y el sentimiento resultante de este proceso comienza a mezclarse con cobre, lapislázuli..
Las sensaciones que provoca esta obra no serían posibles si prescindimos de la excelente labor de Eduardo Serra como responsable de la fotografía, de asombrosa belleza plástica. Pero el preciosismo de las imágenes puede esconder en su aparente virtud un arma de doble filo, ya que llega a desmerecer la tarea de guión e incluso relega a un discreto segundo plano al propio Webber, que pese a haber realizado un esmerado producto ha pecado de excesivo recato.
Otro acierto del film es la elección de la magistral Scarlett Johansson, rescatada del infierno gélido del Tokyo de Coppola, como Griet, que es en la ficción una bella criada que posa para su amado, y en la realidad la joven anónima a la que se consagra la célebre pintura desde la que nos regala su alma, quizá su amor secreto y prohibido, del mismo modo que Johansson: en sólo un gesto, en sólo una mirada.
"La joven de la perla", film con el que debuta en la pantalla grande este director británico de probado reconocimiento como documentalista, contiene en su trama todas las texturas y matices necesarios para poder configurarse como una joya del séptimo arte: una criada, un artista, una pasión artística, un ensueño de clases y responsabilidades, una sociedad que ha dejado el sentido religioso del arte, y una burguesía que anhela las pinturas en las paredes, donde el artista debía encontrar un mecenas que le sustentara. Ingredientes que surgen inicialmente de la mirada curiosa de la escritora de éxito Tracy Chevalier ante una de las indudables obras maestras del pintor holandés Johannes Vermeer, "La joven de la perla", que esconde bajo la capa de pintura misterios que aún no han sido resueltos: ¿quién era la modelo? ¿se trata realmente de un retrato? ¿conoció el pintor a su musa? ¿por qué hasta 1882 nadie supo nada de esta pieza? Mil y una preguntas sin respuesta que no hacen más que enriquecer la belleza de todo misterio.
Tanto la película como la novela pretenden crear una ficción alejada de cualquier pretensión historicista que sugiera, sin mostrar completamente, el desenlace a algunos de estos secretos que el maestro Veermer se llevó consigo. Así, el film va desnudándose lentamente ante los ojos de un espectador embelesado ante el plasticismo que destilan las imágenes, luminosas y pictóricas, que van desgranando en cada gesto la profundidad de los lazos que asirán para siempre al artista (Colin Firth) con su inspiración (Scarlett Johansson). Imbuido por este clima pausado y etéreo, la emotividad se va despertando dando paso a una aguda percepción que no perdona ni un detalle, un roce, un susurro, un objeto donde se pose ese halo de novedad que envuelve la cinta; el cuerpo y el alma se van acostumbrando a ese encantamiento que produce la contemplación de una buena pintura, a su luz, su encuadre, su perspectiva; y el sentimiento resultante de este proceso comienza a mezclarse con cobre, lapislázuli..
Las sensaciones que provoca esta obra no serían posibles si prescindimos de la excelente labor de Eduardo Serra como responsable de la fotografía, de asombrosa belleza plástica. Pero el preciosismo de las imágenes puede esconder en su aparente virtud un arma de doble filo, ya que llega a desmerecer la tarea de guión e incluso relega a un discreto segundo plano al propio Webber, que pese a haber realizado un esmerado producto ha pecado de excesivo recato.
Otro acierto del film es la elección de la magistral Scarlett Johansson, rescatada del infierno gélido del Tokyo de Coppola, como Griet, que es en la ficción una bella criada que posa para su amado, y en la realidad la joven anónima a la que se consagra la célebre pintura desde la que nos regala su alma, quizá su amor secreto y prohibido, del mismo modo que Johansson: en sólo un gesto, en sólo una mirada.
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