Las evolución de las nuevas tecnologías ha sido acogida de forma favorable por la mayoría de sus usuarios y también por los que todavía no lo son. Internet se ha convertido en una herramienta fácil y eficaz para transmitir información y para divulgar todo tipo de mensajes divertidos o curiosos. Por ello, el rumor se ha constituido en un arma poderosa para difundir datos que la mayoría de veces no son verídicos.
Los rumores de transmisión oral han acompañado nuestra vida diaria desde hace siglos y por ello las personas nos hemos acostumbrado a verlos nacer, crecer y desvanecerse debido a su propia naturaleza inconsistente y efímera. Pero en los últimos tiempos viene produciéndose un fenómeno curioso entorno a este tipo de informaciones: cada vez están adquiriendo mayor notoriedad y presencia en nuestras casas y oficinas porque ahora se asoman a la realidad desde la ventana de un ordenador y no desde la boca de alguna vecina. Esta diferencia no debe despreciarse ya que supone que el bulo o rumor adquiera una nueva apariencia al nacer en el medio escrito. El tradicional cotilleo puede no sentirse cómodo en su nueva casa ya que necesita un período de adaptación, y nosotros, los usuarios de ese gran laberinto que es Internet, también podemos sentirnos descolocados ante este giro.
Este cambio aparentemente inofensivo supone que el rumor, materia prima de la información, pase a ser compartido por muchos, mientras que el trabajo de contrastar y verificar siguen siendo tarea de unos pocos: los periodistas. Para los no profesionales la respuesta inmediata ante un mensaje nuevo y sorprendente es el reenvío. El reenvío se ha convertido en una práctica frecuente, casi enloquecida, que hace saturar nuestras cuentas de correo a base de historias tan variadas como absurdas y carentes de credibilidad. Hemos aprendido a convivir con rumores sobre niños enfermos, virus peligrosos y gatos encerrados en botellas de cristal, sin olvidarnos de la serie completa que motivó el terrible ataque terrorista del 11 de septiembre.
Y es en este punto en el que las informaciones relevantes y definitivas se transmiten con ligereza por este medio cuando debe saltar la alarma porque los rumores desautorizan la comunicación hasta tal extremo que los usuarios no saben si creer o no buena parte de los mensajes. Esta pérdida progresiva de la veracidad de la información supone un riesgo evidente y entraña un gran desafío al que enfrentarse.
Los rumores de transmisión oral han acompañado nuestra vida diaria desde hace siglos y por ello las personas nos hemos acostumbrado a verlos nacer, crecer y desvanecerse debido a su propia naturaleza inconsistente y efímera. Pero en los últimos tiempos viene produciéndose un fenómeno curioso entorno a este tipo de informaciones: cada vez están adquiriendo mayor notoriedad y presencia en nuestras casas y oficinas porque ahora se asoman a la realidad desde la ventana de un ordenador y no desde la boca de alguna vecina. Esta diferencia no debe despreciarse ya que supone que el bulo o rumor adquiera una nueva apariencia al nacer en el medio escrito. El tradicional cotilleo puede no sentirse cómodo en su nueva casa ya que necesita un período de adaptación, y nosotros, los usuarios de ese gran laberinto que es Internet, también podemos sentirnos descolocados ante este giro.
Este cambio aparentemente inofensivo supone que el rumor, materia prima de la información, pase a ser compartido por muchos, mientras que el trabajo de contrastar y verificar siguen siendo tarea de unos pocos: los periodistas. Para los no profesionales la respuesta inmediata ante un mensaje nuevo y sorprendente es el reenvío. El reenvío se ha convertido en una práctica frecuente, casi enloquecida, que hace saturar nuestras cuentas de correo a base de historias tan variadas como absurdas y carentes de credibilidad. Hemos aprendido a convivir con rumores sobre niños enfermos, virus peligrosos y gatos encerrados en botellas de cristal, sin olvidarnos de la serie completa que motivó el terrible ataque terrorista del 11 de septiembre.
Y es en este punto en el que las informaciones relevantes y definitivas se transmiten con ligereza por este medio cuando debe saltar la alarma porque los rumores desautorizan la comunicación hasta tal extremo que los usuarios no saben si creer o no buena parte de los mensajes. Esta pérdida progresiva de la veracidad de la información supone un riesgo evidente y entraña un gran desafío al que enfrentarse.
Abril 2004
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