Quinientos años de ocupación musulmana han dejado su fértil huella en los pozos, naranjos e higueras, en la cerámica y en la propia cultura del vivir sin prisas. Al-Gharb, el Occidente árabe, es la región más meridional de la Península Ibérica y actualmente una de las zonas más visitadas de Portugal. Su clima y los cientos de kilómetros de playas luminosas, protegidas por altos acantilados, atraen a turistas dispuestos a broncearse, a disfrutar de buena gastronomía y a jugar al golf en plena costa. Por ello, ha sido elegida por segundo año consecutivo como el mejor destino mundial de golf por IAGTO, la Asociación Internacional de Touroperadores de Golf.
Los navegantes portugueses acabaron con el mito que estaba en la base de su prestigio. Antes de que sus carabelas volvieran a tierra firme con la noticia de que había otros mundos el Algarve era, como tantos otros rincones del Atlántico, el fin del mundo. Era el lugar donde se ocultaba el sol, nada menos que la localización geográfica del ocaso. Las fabulosas explicaciones que intentaban divulgar el camino hacia la Atlántida pasaban forzosamente por ese mar desconocido que se extendía más allá del mar: el Mediterráneo. Cuando los árabes llegaron al cabo de San Vicente se limitaron a bautizar aquella tierra luminosa como Al-Gharb, el poniente, sin que les cupiera la duda de que ellos ocupaban el centro del planeta y de que más allá de sus posesiones no había nada más que un océano virgen y despoblado. Sus playas luminosas, sus acantilados, sus pueblos blancos, sus barcas de mil colores, sus pozos, naranjos e higueras, nos recuerdan su legado musulmán. Mercado de ámbar y marfil mucho antes, con los fenicios, y tierra de navegantes más tarde, cuando la cruz cristiana sustituyó a la media luna mora. Algarve marinera, en sus tabernas se tejieron las oscuras tramas navieras de las principales cortes europeas. Espías de Alejandría y Venecia compartiendo mesa con los pescadores de atún y sardinas. Tierra también de agricultores, volcados en el cultivo de hortalizas y frutales, bañada siempre por el perfume de los almendros, regalo de un rey moro a una princesa nórdica que echaba de menos la nieve.
Pero los algarvios no se resisten a que su tierra sea sólo el Occidente. Esa franja meridional de Portugal, de poco más de 5.000 m2, tiene muchas interpretaciones geográficas. Si la examinamos de arriba abajo, encontraremos tres zonas paralelas bien definidas: la sierra, con la indescriptible serra do Monchique, la inclinada zona intermedia, que desciende hacia el mar y el jardín lineal serpenteante de árboles y flores junto al mar. Pero si miramos el Algarve de derecha a izquierda aparecen también tres zonas claramente delimitadas: el Sotavento del Guadiana, el Centro de Faro y el mítico Barlavento que se estira hacia el océano Atlántico en el cabo de San Vicente.
Camino al Parque Natural da Ria Formosa
Volar a Faro y alquilar un coche es la manera más cómoda de descubrir la costa sur de Portugal, que forma un mundo aparte donde se entrelazan las playas de dunas y acantilados con la vida popular, que tiene acentos de tipismo y sencillez que ya han desaparecido en la mayor parte del litoral peninsular. Los que vayan con su coche pueden entrar desde Huelva y tendrán que detenerse en Tavira para contemplar desde la otra orilla del río Séqua las torres de sus 30 iglesias. Tavira es, con toda seguridad, la población más hermosa de este lado del Algarve. Partida por el río Guíalo, un puente romano reconstruido en la actualidad une ambas orillas. La ciudad es agradable, con viejas mansiones al lado del río que al atardecer tiñen de blanco y amarillo las aguas del puerto. A partir de Tavira tiene por delante una costa variada y espectacular, repleta de ciudades antiguas, pueblos pintorescos, puertos de pescadores y playas solitarias e interminables. En un viaje de pocos kilómetros descubrirán que la mayoría de hoteles están en Faro, Vilamora, Albufeira y Portimao, pero que muy cerca se encuentran rincones casi secretos como Carvoeiro, Ferragudo o Baleeira, donde el mundo de los pescadores permanece ajeno a la llegada del turismo.
A seis kilómetros de la capital del Algarve, Faro, merece la pena hacer un alto en Olhao, villa marinera que debe a la pesca su actual prosperidad. La iglesia de Nossa Señora do Rosario y la de Nossa Señora dos Aflitos son dos de sus edificios más visitados; junto a las iglesias está el pintoresco mercado. Las islas de Armona, Culatra y Farol son accesibles desde el puerto de Olao y están integradas en el Parque Natural da Ria Formosa. Y nada mejor que comer en uno de sus escasos y exquisitos chiringuitos sin más ruido que las olas. En estas marismas tienen su hábitat los rarísimos perros de agua con manos palmípedas.
Faro: la cidade velha
Faro es la mayor ciudad del Algarve. Hermosa capital de provincia, el majestuoso Arco da Vila, con estilo renacentista, sirve de entrada a su casco antiguo, flanqueado de olorosos naranjos la principal artería, el Largo da Sé. De la renacentista catedral, la Sé, con añadidos barrocos y góticos, destaca el órgano de roja porcelana a un extremo de su colosal nave. Merece la pena visitar también alguna de sus numerosas iglesias barrocas, como la Sao Francisco o la Sao Pedro, con su maravillosa capilla rococó con azulejería azul y blanca, representación de la vida del santo. Entre sus museos, el Municipal de Arqueología, en el convento de la cercana Praça Alfonso III, donde se expone el magnífico mosaico romano, alegoría de Neptuno y los cuatro vientos. Antes de irse e Faro es bueno conocer su playa sobre la barra de arena y comer en el mejor restaurante de la costa, Camané, viendo la marisma a través de los cristales.
La Marina de Vilamoura y Albufeira
Es uno de los lugares más animados durante todo el año. Los restaurantes rodean el puerto deportivo, el mayor del Algarve con más de mil embarcaciones, donde tiene su base un antiguo velero que recorre la costa en una travesía turíatica con sabor a otra época. Alrededor del puerto se ha edificado todo un complejo turístico con hoteles de cinco estrellas, aeródromo, apartamentos, salas de cine, discotecas, y el casino, el más concurrido de la región.
A pocos kilómetros al oeste de Vilamoura, edificada sobre una colina se alza Albufeira, que conserva en su parte más alta, hacia la rua de Igreja, serpenteantes calles tranquilas y encaladas por donde pasear; en el centro viejo mantiene casas construidas con posterioridad al terremoto de 1755. Es recomendable acercarse a la playa Dos Barcos, rodeada de acantilados sobre los que se asienta la ciudad, y entrar en contacto con el ambiente pesquero que se sigue respirando, o acercarse a la localidad vecina de Armaçao de Pera a primera hora de la mañana para ver la subasta de pescado que se realiza en la misma playa. Pero el turismo ha levantado en Albufeira un bastión compacto de hoteles relucientes, urbanizaciones y villas, locales de diversión, aunque las playas, agazapadas entre cortinas de roca dorada, son tan hermosas como lo fueron siempre. Una de las más hermosas y dilatadas es la Praia da Rocha, situada junto al pueblo pesquero de Alvor, debilidad de turistas, y frente a Portimao.
Extremo occidental, litoral agreste
Al oeste, cerca de Lagos, cambia el tipo de playas. Ahora son largos arenales que miran al sur, frente al mar abierto, al pie de acantilados de arenisca que las protegen del viento y de los paisajes urbanos. Lagos fue la capital del Algarve entre 1576 y 1756, pero fue totalmente destruida por el terremoto de 1755. No obstante, en el centro del pueblo se conservan algunas edificaciones de los siglos XVII y XIX sobrias y elegantes, así como un par de iglesias, Santa María y Santo Domingo, que vale la pena visitar.
El extremo occidental del Algarve es ya de roca acantilada. Los farallones convierten el litoral en un fortín inexpugnable como el que acogí al a escuela de navegación de Sagres. En el cabo de San Vicente se alcanza el punto más suroccidental del continente europeo, y tiene la fuerza de los finisterres, con un potentísimo faro sobre las aguas que miran a América y que fueron destino de navegantes que compartieron con España la aventura transatlántica. A pesar de que el Algarve fue considerado durante siglos el fin del mundo, la localización geográfica del ocaso.
Pasaporte hacia el golf
Enmarcada en ese turismo de calidad que esta región portuguesa quiere promocionar desde hace décadas, nació en 1985 la asociación Golfsul, conocida desde 1993 como Algarve Golfe. Sus afiliados son los 19 campos de golf dispersos por toda la costa, entre los que destacan Pinheiros Altos, Sao Lourenço, Vale do Lobo, Vilasol, Vilamoura Um, Vilamoura Dois, Vilamoura Três, Pine Ciffs, Alto Golf, Penina, Palmares o Parque de la Floresta. Las tres mil horas de sol que el Algarve disfruta constituyen la mejor garantía para los amantes del green Además, sus directores suelen ser reconocidos profesionales en este mundo deportivo retirados a estos paraísos del golf.
CAMPOS DE GOLF
Parque da Floresta
A 16 kilómetros de Lagos, los hoyos de este campo se sortean entre barrancos, palmeras, olivos y pinos. Desde el primer hoyo se precisa una gran precisión.
Llegar, por carretera EN-116 dirección Sagres.
Palmares
Destaca el hoyo 1 y sobre todo el número 5, donde el "tee", con arena en los dos lados, se extiende hasta casi la playa.
Llegar, a través de la nacional EN- 125, dirección Sagres.
Sao Lourenço
Lagos, pinos y fauna autóctona para esta auténtica joya del golf. Espectacular a partir del hoyo 5, con sus vistas al Atlántico. El agua es un elemento más a partir del hoyo 7. Dificultad en el número 18.
Publicado: Naútica & Golf (Grupo EyF, Prensa Económica Valenciana)